Si damos por válidos los datos que nos aporta Unicef y deberíamos hacerlo a no ser que dispongamos de otra fuente que aporte más objetividad, más veracidad, más transparencia y más imparcialidad (debo decir, que yo al menos desconozco si existe). Pues bien, observando el panorama que hasta ahora hemos ido viendo en diferentes países, se nos cae el alma a los pies, al menos a mí. ¿Cómo es posible que los gobiernos no hayan sido capaces hasta ahora de cuidar mejor a sus niños?. Aunque no hubiera sido por humanidad, ni por responsabilidad de acudir a la demanda universal reconocida de los derechos que todos los países han firmado en la Convención de los Derechos del Niño. Al menos, los gobiernos deberían ser más prácticos y cuidar a las futuras generaciones que son las que darán continuidad al orden y organización que en cada país existe sea del color que sea. No educar en los valores en los que se cree indica una incoherencia y una miopía extrema a no ser que los valores estén ausentes y que entre los intereses de las políticas de los gobiernos de turno los niños no existan, así se entendería el abandono en el que se les tiene en la mayoría de los países. Claro está que aún no hemos recorrido todos los países y por supuesto lo haremos y seguiremos reflexionando.
De los países hasta ahora observados se desprende que en cada uno de ellos predomina una problemática específica de marginación y exclusión social, lógicamente deduzco que la organización y las políticas que cada uno aplica, deben condicionar y actuar como caldo de cultivo.
El resultado es el que vemos y sería conveniente que fuéramos más allá y analizáramos, sin prejuicios, críticamente y con honestidad, dónde se falla y por qué. A todos nos debería doler tanto sufrimiento infantil y ser valientes para plantarnos y defender a la infancia indefensa y maltratada, aunque no fuera más que para ganar tranquilidad de conciencia y bienestar. Se habla mucho, por cierto, del estado del bienestar y siempre se asocia a un buen status económico que nos permita poder comprar todo aquello que nos hace la vida más placentera.
Podríamos empezarnos a plantear que el bienestar auténtico se logra cuando las personas somos felices, y lo somos entre otras cosas, cuando los demás seres humanos también lo son, cuando nuestros niños crecen saludables, llenos de alegría, con sueños y con futuro.
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